MERECE LA PENA

Una educación intercultural apunta a establecer y ensanchar puentes entre personas y grupos que se consideran diferentes, no sólo desde una actitud de valoración de las diferencias, sino también desde la constatación de lo que tenemos en común, en especial en los aspectos menos reconocidos socialmente. De situación de hecho, la interculturalidad se convierte entonces en principio orientador, en esfuerzo positivo por trabajar la relación, lo que supone también trabajar por crear las condiciones sociales para que este proceso se dé en un contexto que permita un verdadero respeto mutuo. La apuesta no es nada sencilla, pues supone ubicar el reto pedagógico de la educación intercultural dentro de una perspectiva que abarca desde los aspectos políticos y sociales hasta el desarrollo de una actitud mental que toma en serio las formas culturales marginadas. Esto significa desarrollar la disposición para aprender de expresiones culturales distintas, en contra de la tendencia a reducirlas a una mercancía que se ofrece como espectáculo u objeto artesanal1 .

En breve, la base del trabajo en educación cultural es una actitud de respeto orientada a escuchar al otro y aprender de él, con la disposición de encontrar dentro de uno mismo elementos de empatía y puntos de convergencia, de cotejar nuestras maneras de ver con las de otros, en la perspectiva de construir juntos formas de interpretación y propuestas de acción más ricas y complejas.